EN LOS TIEMPOS QUE CORREN, SE ESTÁ PONIENDO MÁS QUE NUNCA A PRUEBA A LA MASCULINIDAD; y no solo por el feminismo, sino por la cultura, la sociedad, los medios de comunicación, los influencers, etc. Pero no por ello creo que estemos en crisis ni seamos más frágiles.
Yo, hombre más blanco que negro, mulato o asiático, que me considero, practico y experimento ser heterosexual, muchos me encasillarían como cisheteronormativo o binario y, en definitiva, privilegiado. No obstante, aunque no soy amigo de ese tipo de palabros, sí que es cierto que en cierto modo tengo (muchos) más privilegios que una persona de una aldea etíope o de una favela de São Paulo; y no necesariamente por el color de mi piel ni mi sexo, sino por el hecho de haber nacido sano, con un techo y en Occidente. Y, en una menor medida, habérmelo «currado» y aprovechado mis oportunidades cuando se me han presentado. Por lo tanto, estoy en parte agradecido y en parte me merezco lo poco que tengo o que soy como persona.
Be a man and prepare to die
Todos tenemos modelos, referentes, ídolos y, en gran parte, nos influyen o nos han influido. A algunos les puede influenciar The Rock (Dwane Douglas Johnson), Arnold Swarzenegger, Jim Morrisson o Jason Momoa; y a otros, Boris Izaguirre, David Bowie, Prince, Umberto Eco, David Beckam, Alejandro Sanz, Santiago Segura, Pablo Pineda (pedagogo y actor con síndrome de Down y de los pocos en el mundo en tener títulos universitarios) o Chiquito de la Calzada.
¿Qué quiere decir eso? Pues que yo no he sentido tanta presión por imitar al prototipo de macho alfa, ya que de niño lo mismo me inspiraban Sylvester Stallone, Eddie Murphy que Freddie Mercury; de adolescente Will Smith o Michael Jordan, y, ya de adulto, pues admiro a gente muy variopinta (intelectuales, deportistas, actores, cantantes, etc.); madurar es dejar de tener ídolos.
Lo de tener un lado femenino no está reñido con la masculinidad. Por ejemplo, soy bastante metrosexual, porque me gusta cuidarme, depilarme y sacarme partido, y no tengo de qué avergonzarme. Pienso que el lado femenino y masculino están presentes en todo el mundo de la misma forma que los orientales creen en el ying y el yang.
Hay muchos modelos que imitar y, por ende, muchas maneras de expresar el género masculino. Lo que sí es cierto es que no todo —pienso yo— es fruto de la educación y de la cultura, ya que también hay hormonas, masa muscular, etc., que funcionan en nuestro interior y nos hacen tendentes a ser más competitivos, menos habladores, con mejor percepción espacial y más fuertes respecto al físico, entre otros matices, que la mayoría de las mujeres. Subrayo lo de tendentes porque he conocido a hombres mucho más sensibles que yo, y a mujeres mucho más agresivas y mejores en matemáticas.
Identidad
La adolescencia es un momento delicado en la vida de una persona porque se anhela una identidad adulta y el hecho de ser aceptado en el grupo, por lo que muchos necesitan reafirmarse como borregos con los modelos carismáticos que les influyen. Necesitan que los demás escuchen la música que les gusta cuando van en patinete por la calle o en pandilla con una radio, hacer botellón y vestir y comportarse de determinada forma. Es su forma de decir «aquí estamos nosotros y esto es lo que nos define». Lo mismo les pasa a las mujeres, en cierto modo. Por tanto, mientras desarrollan una personalidad prueban a imitar y probar mediante el «ensayo y error» lo que ven en YouTube o en la tele y el cine. Hablamos de la influencia cultural.
Pero, siempre que no se tienda a derroteros autodestructivos como el consumo de drogas o sexo sin protección (a los padres de hoy les preocupa la influencia de Lil Peep; a los de mí época, la influencia de Kurt Cobain), no es para preocuparse demasiado; todos hemos hecho alguna que otra tontería. Pero, si volviese a mi adolescencia, los consejos que me daría son: «Mejora tus habilidades sociales», «atrévete a salir de tu zona de confort», «emprende más cosas distintas y “fracasa” más» y «lee más para desarrollar el sentido crítico». Pero, a pesar de ello, no he salido mal parado porque siempre he sido bastante respetuoso y he hecho gran parte de lo que realmente quería (hasta cansarme) en aquel entonces.
La clave es esa: ser críticos, no imitar por imitar y aceptar un grupo por pertenecer a algo. Aprender a ser una versión evolucionada de uno mismo y a no buscar la constante aprobación de los demás son metas a las que invito a todos a aspirar (a hombres, mujeres, etc.). No se consigue en dos días, sino que requiere poner en práctica los valores con los que te identificas en cada etapa y modificarlos según los resultados o «chascos» que te hayas llevado. Como los demás géneros, el masculino también es performativo: ser hombre es ponerlo en práctica; practicar lo que se predica (Butler, 1990).
Somos los malos
Se nos culpa en la actualidad de muchos de los males de la sociedad: homicidios, violencia de género, guerras, delincuencia, ser cómplices del poder, etc. En parte llevan razón: hay muchísimos hombres que matan, que no controlan sus impulsos, etc. Pero también la mayoría de las víctimas de todo eso somos también los hombres (peleas, suicidios, mendicidad, asaltos, etc.).
Sin embargo, considero que los hombres no tenemos que pedir perdón como colectivo por culpa de algunos energúmenos; al fin y al cabo, la mayoría de la población masculina es bastante sensata y está demasiado ocupada con sus responsabilidades cotidianas como para jugársela yendo a la cárcel. Son más bien problemas individuales. Las mujeres también van a la cárcel por delitos similares, aunque mayormente por otros más de guante blanco como la estafa, robo, sobornos, etc. Pero no quiero caer en estereotipos. No debemos pagar justos por pecadores.
No estoy justificando la violencia, sino que hay que comprender cada caso y aplicar el castigo correspondiente (el «yo y circunstancia» de cada uno, antes de caer en fáciles generalizaciones, quitar la presunción de inocencia, echarle la culpa sistemáticamente al machismo o a ser de una determinada ideología). En cuanto a los géneros intermedios, pues no tengo datos ni creo que haya una muestra reflejada y significativa en los estudios. La frustración (Berkowitz, 1989), las mafias, la falta de recursos y la falta de cultura están detrás de gran parte de la violencia en las ciudades, aunque creo que no se trata de un problema de clase social. Es un tema complejo: la solución, por ende, no puede ser simple.
No olvidemos que la testosterona correlaciona con la conducta agresiva, pero no la causa, sino que la primera aumenta en función de la agresividad, como un bucle (véase la entrada anterior). Pero no por ello debe fomentarse reducir dicha hormona, ya que esta es necesaria para tener salud. De hecho, hay estudios que indican que tener bajos niveles de esta hace que se sea más propenso a tener depresión (Almeida et al., 2008).
Dicho esto, ser hombre en plenas facultades mentales no implica ser un agresor. La educación, nivel cultural, tener inteligencia emocional (empatía y control de los impulsos) y respeto, hacen que ser agresivo se minimice significativamente.
¿Cuál es nuestro rol, entonces?
Buena pregunta. Pues considero que hay ciertas conductas que imitamos por transmisión cultural y otras que dependen de cada persona. Todos tenemos responsabilidades y roles sociales, hombres y mujeres, como ciudadanos y como personas que conviven con los demás (rol de hijo, de hermano, de empleado, de pareja, de amigo, de voluntario, etc.). No creo que la crianza de hijos corresponda más a las mujeres y los trabajos más peligrosos sea necesariamente cosa de hombres.
Lo que sí que es cierto es que los hombres tendemos a trabajar más con las cosas ─y a arriesgarnos más─, y las mujeres con las personas (Su, Rounds y Armstrong, 2009). De ahí a que haya más informáticos y enfermeras; arquitectos y pedagogas; físicos y sociólogas. Lo que no quita que una mujer pueda ser una buena líder o ingeniera, o un hombre un gran psicólogo o traductor, ejem.
Lo que no considero saludable ni inteligente son los códigos del honor —herencia de la masculinidad clásica— que tienen algunos hombres. Son creencias rígidas y arcaicas que llevan a algunos actuar de forma totalmente estúpida o peligrosa. No hay nada como tener apertura a la experiencia, escuchar, leer y viajar mucho para resolver este problema.
Soy optimista: no nos batimos en duelo como se hacía en siglos anteriores, cada vez son menos los que sienten el deber de «morir por la patria» y es cada vez más frecuente ver a hombres heterosexuales que no tienen celos patológicos, con relaciones abiertas, que no quieren tener hijos ni ser cabeza de familia. Los tiempos cambian, las relaciones también; aunque hay cosas que permanecen como la capacidad de querer y sentirse querido, de querer proteger al débil o tener algo de ego (lamas hay muy pocos). Cada uno a su manera. Hay que saber ser flexibles.
Conclusiones
En definitiva, siempre he estado contento con mi masculinidad porque he sabido desarrollar mi criterio. Durante algunos años quizá haya tenido alguna crisis, pero era más bien de autoestima y de valores más que con no sentirme a gusto en mi pellejo. Lo importante es el autoconocimiento, tus emociones, tu temperamento, tus sesgos de pensamiento, saber lo que te hace vibrar, «lo que te pone», independientemente de lo que digan los demás. Reivindico el hombre en conexión con sus instintos, que sabe mostrarse fuerte o vulnerable, a la vez que mantiene la racionalidad: el cerebro debe estar en armonía con el cuerpo. Y esto es válido para todos los géneros.
Sé que hay cuestiones culturales que nos influyen (el honor, el consumo de alcohol, la forma de ligar y socializar, etc.), en estos casos, sé siempre crítico con ello y haz lo que te haga sentir cómodo en los grupos sociales donde realmente estés «en tu salsa». Huye de los grupos de personas tóxicas o que no te aporten nada.
Como ves, hay muchas maneras —aunque no infinitas— de ser hombre; conócete y disfruta de la tuya. La vida es demasiado corta como para andarse con complejos.
Referencias bibliográficas
- Almeida, O. P., Yeap, B. B., Hankey, G. J., Jamrozik, K. y Flicker, L. (2008). Low Free Testosterone Concentration as a Potentially Treatable Cause of Depressive Symptoms in Older Men. Archives of General Psychiatry. 65(3):283–289. doi:10.1001/archgenpsychiatry.2007.33
- Berkowitz, L. (1989). Frustration-aggression hypothesis: Examination and reformulation. Psychological bulletin, 106(1), 59.
- Butler, J. (1990). El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Trad. de María Antonia Muñoz García. Madrid: Paidós.
- Su, R., Rounds, J. y Armstrong, P. I. (2009). Men and things, women and people: a meta-analysis of sex differences in interests. Psychological bulletin, 135(6), 859.
- Imagen portada (imágenes de Wikipedia modificadas por el autor de Sabio Placer, diseño propio): Keanu Reeves (Gordon Correll), Pablo Pineda (Daniel Rivas Pacheco), Stephen Hawking (NASA).
- Imagen Leónidas (espartano).
- Imagen dandi.
- Imagen Buda (@jamietempleton – Unsplash).