¡Quiero más! Sociedad de superguerreros

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QUIEN CONOCE EL MANGA Y ANIME DRAGON BALL (DESDE DRAGON BALL Z) sabe que su argumento básico es que su protagonista, Son Goku, junto a sus compañeros, debe hacerle frente cada dos por tres a un archienemigo de la humanidad cuyo poder es cada vez mayor al anterior enemigo y que suele suponer un desafío a los protagonistas que ven que deben entrenar muy duro para superarse y poder derrotar a dicho villano; así ad infinitum, puesto que incluso pueden resucitar si se juntan las Bolas del Dragón. El caso es que Goku siempre puede ser más fuerte —no tiene límites—, ya que en cada combate incrementa su fuerza incluso hasta un nivel superior al de los dioses (Dragon Ball Super). Curiosamente, en nuestra sociedad está sucediendo algo parecido, pero con tintes más narcisistas que basados en motivaciones justicieras. ¿Hacia dónde nos lleva esto?

 

La cultura kaizen japonesa

Japón experimentó una transformación cultural y económica tras la segunda guerra mundial por lo que se convirtió en uno de los países referentes en exportación de tecnología punta. Por otra parte, es una sociedad que no ha olvidado sus raíces, sigue siendo muy respetuosa con sus tradiciones. Sin embargo, lleva aplicando desde 1952, año en el que las fuerzas militares de Estados Unidos llevaron a expertos en métodos estadísticos de control de calidad familiarizados con el TWI (Training Withing Industry o ‘formación dentro de la industria’) cuyo objetivo era el de proveer servicios de consultoría relacionados con la guerra, un concepto revolucionario que se aplica tanto a su industria como a las personas (Schaller, 1997).

Los mencionados programas tuvieron un gran impacto en la industria japonesa, que asimiló muy bien aquellos procesos. De ahí nació el kaizen, que combina la inteligencia emocional de los orientales (filosofía de la superación) y la racionalidad de los occidentales (la técnica). El término fue reformulado por Kaoru Ishikawa, que lo entendía como «mejora continua» y que se puede aplicar a procesos una vez conocida sus variables (Balay, 2013).

 

El kaizen en Occidente

Parece que estamos en una era en la que todo lo zen y relacionado con oriente es lo más, y eso data de tiempos del orientalismo de la época imperialista. Parece que como psicólogo no se está en la onda si no hablas de mindfulness, de meditación o si no lees a autores como Osho o al Dalai Lama. No digo que no sea interesante tener curiosidad por lo que se hace en culturas distintas a la nuestra y que conocer y dominar estas herramientas puede ser muy útil para aplicarlas en terapia, como sucede en las terapias de tercera generación (terapias contextuales, ACT, etc.). Lo que quiero apuntar es que, como todo, estas herramientas se deben estudiar y abrazar desde una perspectiva crítica y conociendo sus limitaciones (no funcionan igual de bien con todos los trastornos, por ejemplo).

Por consiguiente, en ese sentido, el psicólogo debería ser más integrador que ecléctico: debe incorporar con criterio y rigor estas técnicas, y no como parches que se añaden, por ejemplo, a una terapia cognitivo-conductual para tratar fobias o la depresión mayor.

Por otra parte, y volviendo al término kaizen, en Occidente lleva desde los tiempos de la industrialización con uno de los elementos mencionados de caracteriza al vocablo nipón: la técnica. Esta se caracteriza por ser fría, exacta y que siempre mejora en función de los resultados de su aplicación, que a su vez le proporciona la retroalimentación necesaria para actuar cada vez mejor y de forma más eficiente y eficaz.

Ya lo advirtió Heidegger (1972) cuando afirmaba:

 «El rigor no debe confundirse con la exactitud. La exactitud es el rigor de la ciencia matemática».

 

O del mismo autor en 1960:

«El rigor del pensar consiste —a diferencia de las ciencias— no simplemente en la artificial, esto es, técnico-teórica exactitud de los conceptos; estriba en que el decir quede puramente en el elemento del ser y deje regir lo simple de sus múltiples dimensiones».

Por eso las personas no somo autómatas hiperlógicos e hipercoherentes con nosotros mismos ni la vida es algo lineal y simple, pese a que coincidimos con los segundos en que a veces «nos averiamos». Es decir, entre los derechos asertivos que tenemos está el derecho a contradecirse, ya que evolucionamos en la medida que tenemos aprendizajes o alcanzamos metas, pero no programando cada parcela de nuestra vida: no se puede ser feliz ni carismáticos sin ser mínimamente espontáneos.

 

Mejora continua como estilo de vida

El ciudadano de a pie elabora su manera de entender la vida y de madurar en función de lo que le enseñan sus experiencias y mediante la influencia de la cultura. Y esta cultura tiene mucho que ver con el progreso tecnológico: nos hemos vueltos adictos a este. Si a eso le juntamos la industria del desarrollo personal, que no digo que deba de ser algo malo de por sí, hace que las personas desarrollen cada vez más actitudes narcisistas, de culto al egocentrismo y de querer ser «personas optimizadas», a pesar de combinar este desarrollo con inteligencia emocional o de darle un toque zen; dicho de otra forma, hay como una obsesión por mejorarse a sí mismo que puede acabar en trastornos como la ansiedad, el perfeccionismo u otros más graves como la vigorexia, la bulimia o la anorexia.

La pregunta es: ¿hasta dónde es razonable mejorar? ¿Quién pone el límite? ¿Para qué ser tan perfectos? ¿Estamos perdiendo otras virtudes como el sentido del humor (reírse de nuestras limitaciones y obsesiones), el compañerismo o un hedonismo sano? ¿No podremos nunca estar medianamente satisfechos y agradecidos con lo logrado, y no ser tan obsesivos?

Sé que es un tema recurrente en nuestro tiempo, pero no por ello debemos dejar de cuestionarnos todo lo que nos venden como lo más innovador, cuando todo lleva muchas décadas más que inventado. Lo único que hacen es darle un nuevo formato en consonancia con esta época para que sea más atractivo.

Lejos de afirmar que esté en contra que las personas se mejoren a sí mismas o alcancen su potencial —eso es algo que nos permite tener ilusión por nuestras metas y proyectos vitales, y que, por añadidura, nos da felicidad; o bien le permite a uno reinventarse y cambiar de rumbo profesional si la demanda del mercado cambia—, más bien quiero apuntar que a cierta edad no es adecuado seguir fantaseando sobre todo lo que podemos llegar a ser —como Peter Pan—, sino que debemos ser conscientes de que no se puede ser todo en la vida: es recomendable aceptar nuestros límites y desarrollarnos en nuestras profesiones.

No obstante, reinventarse tras una crisis sí que es posible, pero también hay que decantarse por una opción en detrimento de las demás, además de iniciarse y evolucionar en la nueva profesión hasta ser lo suficientemente competentes como para ganarse la vida; y eso requiere tiempo: ese recurso tan valioso que no podemos recuperar en nuestras cortas vidas, ni siquiera fantaseando con juntar las Bolas del Dragón (no sé hasta qué punto sería algo bueno si existieran de verdad).

 

El bienestar perenne

Otro de los aspectos de este «superguerrero» o «máximo exponente» es que parece que si alcanzamos dicha plenitud, seremos felices. Es decir, que se tiende a vender una idea de tener una confianza de hierro en todo momento, felicidad y libertad cuando llegue ese gran día o momento; pero, en realidad, esto es algo falaz: no se puede estar siempre contento ni confiado, porque es imposible ser competente en todo lo que emprendemos; ni podemos exigirnos metas prácticamente inalcanzables, sobre todo si uno no se conoce bien a sí mismo ni sabe de qué recursos dispone para hacer realidad dichos propósitos.

En ese sentido, en terapia se recomienda bajar los estándares que uno se plantea para no acabar a la larga estresado y frustrado. En otras palabras, exigirnos más de lo que podemos alcanzar nos convierte en unos neuróticos insatisfechos.

 

Conclusión

La mejora continua hace que las empresas evolucionen pasito a pasito, de forma ininterrumpida ─al igual que la dinámica gota de agua que horada la inmóvil piedra─ de modo que el progreso sea constante, y no abrupto como son las innovaciones.

Eso aplicado a las personas es positivo si no se cae en lo obsesivo ni se usa como herramienta de compensación de otros complejos no resueltos: en ese sentido la persona notará que nunca llega a ser razonablemente feliz, puesto que no acepta sus imperfecciones o versiones de sí misma irrealizables ni se concilia con sus experiencias traumáticas pasadas, Gestalts no resueltas, heridas narcisistas o como quieras llamarlo.

Por esa razón, estoy de acuerdo con la postura que afirma que no debemos postergar sentirnos bien y realizados una vez alcanzadas dichas cumbres que nos hemos propuesto, dado que quizá tengamos que volver a casa antes de alcanzarlas y no habremos disfrutado del viaje. Reflexiona sobre esto.

La clave está en esto: ten claro quién eres, cuáles son tus valores, márcate objetivos vitales y vive en consonancia con todo ello a pesar de los obstáculos que te encuentres por el camino (el capitán de un barco no espera a que no haga viento para navegar, sino que ajusta sus velas); perdonándote si a veces «te fallas a ti mismo» y suelta lo que no te va a hacer un bien. Ahórrate darte cabezazos contra la pared. Eres un ser. Eres humano.

 

Referencias bibliográficas

  • Balay, Reza Sadigh (2013). Hacia la excelencia : sector del mueble y afines. Editorial Club Universitario. p. 33. ISBN 9788499483665.
  • Heidegger, M. (1960). La época de la imagen del mundo, Sendas perdidas. Losada, Buenos Aires, p. 71.
  • Heidegger, M. (1972). Carta sobre el humanismo. Huascar, Buenos Aires, pp. 65.
  • Schaller, Michael (1997). Altered states : the United States and Japan since the occupation. Oxford University Press. p. 56. ISBN 9780198023371.
  • Imagen: diseño de Jorge Lucas © 2020 (imagen basada en una foto de Shutterstock).

 

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